En el tema del tiempo en el cine, uno de los recursos utilizados es, paradójicamente, el silencio. En el tema del tiempo, son justamente las palabras las que se ven faltas de importancia. En Proust, es el sujeto quien salta, que se desliga, en el tiempo. En cambio, en “Las horas”, los protagonistas no saltan entre pasado, presente y futuro; somos los espectadores quienes nos desconectamos en el tiempo.
En la película “Las horas”, los objetos sirven de desencadenantes de la discontinuidad temporal. El pastel, el libro (y con este, la propia literatura) son los vehículos que nos transportan temporalmente. Estos recursos cinematográficos, como los marcadores del tiempo, compensan los saltos vertiginosos que no se entenderían de otra manera.
La idea de un tiempo discontinuo es una idea del movimiento literario del High Modernism. De este movimiento participaron tanto Wolf como Proust. Ya desde el s.XIX, desde la obra literaria, Virginia Wolf rompe el edificio de la verosimilitud de la realidad. En esta, encontramos ya una distorsión del continuo espacio-temporal. A partir de entonces estos ejercicios se conocieron como característicos de la literatura. Para su recepción implican un cierto grado de dificultad, lo cual a su vez, supone la necesidad de un lector activo que vaya armando las piezas del rompecabezas mediante un ejercicio intelectual.
Este recurso manifiestamente literario, el salto en la temporalidad, Cunningham lo utiliza con cierto conservadurismo: los saltos temporales en la novela son entre capítulos, a cada capítulo le nombra como al protagonista al que se refiere. Este manejo tan no wolfiano hace que el libro se lea sin ninguna dificultad formal. En la película en cambio, no hay capítulos, los saltos se manejan por paralelos y alternancias que provocan cambios más vertiginosos. Son, como ya hemos mencionado, los marcadores de tiempo los que sitúan al espectador y entrelazan los relatos. Es así como el desafío a la continuidad se va insertando en la discontinuidad de ella misma.
*
El realismo es también una convención, también una forma de representación artificial. Lo que denominamos realismo es en realidad un simulacro de lo real muy convencional que nos permite ver algo como supuestamente se vería. El realismo también supone una reorganización, una representación y un acomodo que nos dice que este edificio del realismo es en realidad otro tipo de engaño. Así pues, tanto el realismo como los movimientos y mecanismos que le alteran se enfrentan a una cuestión representativa: ¿qué arte está mejor dotada para representar qué cosa? Este dilema de representación nos deja ver que en realidad hay una competencia y rivalidad entre las artes.
El cine está ontológicamente determinado al realismo. La mayoría reconocemos en el cine una nitidez en la forma de lo representado. Los elementos que encontramos en el cine tienen un sentido propio, real. El cine, al dar cuentas de fenómenos externos conserva cierta nitidez. Es al tratarse de cuestiones subjetivas, internas a cada sujeto que encontramos una suciedad perceptiva. En la medida que el cine externaliza el sentido, aparece este con más nitidez. El lenguaje, en cambio, es más maleable en sus símbolos. En la voluntad del cine por hacer eco a la interioridad acude al lenguaje literario.
La novela es narrada por una tercera persona focalizada. El narrador es externo al personaje y, sin embargo, nos sitúa dentro de su reflexión que nos lleva al tiempo pasado. Es este transporte entre tiempos una peculiaridad normal en la conciencia humana. El pasado no está pasado, está presente en el presente de nuestra mente. Estos saltos entre tiempos ofrecen una posibilidad artística (de otra manera aparentemente imposible) de establecer una conexión hacia el futuro.
El cine americano rompe la verosimilitud en las décadas de los sesentas y setentas. La decisión no es necesaria, está implícita dentro de las mismas películas. El montaje es un elemento clave para la interpretación en este sentido. Si las diversas realidades están conectadas en planos, también lo están de forma semántica. El montaje residen diversos puentes de sugerencia. Es un efecto perfectamente literario aunque no haya aparecido en la novela. La literatura es el hilo conector, lo que enlaza los tiempos, lo que hace que el lector y el autor se comuniquen en ellos.
Todos y cada uno de los personajes de Las Horas quedan contaminados de ficcionalidad. Menos la propia Woolf. Los demás se ven escritos por ella. Se trata de un ejercicio de metaficción, en el cual la realidad representada y la ficción se confunden hasta ser indistinguibles.
Algo de esto tiene que ver con que las protagonistas sean mujeres. A nivel hermenéutico, el hecho de que algunas estén por entre su propia identidad y un rol determinado que les es determinante. “Las horas” narran historias de infelicidad que oscilan entre la insatisfacción y la satisfacción casual. La felicidad se enreda y se trunca con las expectativas. La película nos ofrece también un guiño de bisexualidad, en el cual las mujeres son un apoyo entre ellas y pueden llegar a identificarse profundamente. Las características de estas tres mujeres, las dejarán encajar de una forma u otra en la historia narrada y ofrecerán fuerza y complejidad dramática a lo largo de la obra.
A nivel teórico, son los “espacios de indeterminación” los que permiten los saltos entre espacio y tiempo. Dentro de la misma obra, se cuestiona la realidad del relato. Las versiones posibles de lo que pasó son cuestionadas, deconstruyendo la verosimilitud. Este tipo de pacto de ficción, no obstante, puede producir confusión y desconcierto. Y cabe recordar que esta transgresión cuenta con un modelo en la literatura. El cine aprende de la literatura esta forma de transgredir, ya que como hemos dicho anteriormente, el cine por naturaleza tiene vocación realista.
No hay comentarios:
Publicar un comentario